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miércoles, 6 de marzo de 2013

El miedo no existe


                    

Hoy mientras caminaba por el barrio de mi infancia, vinieron muchas cosas a mi mente. 
Mi vida hizo un cambio de 180°. Sentí añoranza y nostalgia. Ahora comprendí que antes se visualizaba a mi persona de una manera distinta. Una esencia que aparecía y desaparecía  sin explicación, sin razón, sin lógica. Es que es eso lo que yo era, solamente un ser perdido en sus sentimientos.

Y ahora que recuerdo, siempre traté de racionalizarlos. Intenté controlar, evitar, negar, encasillar, etiquetar y desvalorizar lo que sentía. Quise ocultarme detrás de mi orgullo, mi egoísmo, mi arrogancia, mi tristeza, mi gigantesco miedo... todo para que no fuera visible mi inseguridad, mi ansiedad, mi odio, mi incapacidad, mis traumas, mi dolor, mi inocencia. Llegué a esconderme por vergüenza y a disimular indiferencia, otras veces agresividad sin sentido. Escapé aterrada por miedo a mi propio miedo, como si fuera posible simplemente dejarlo tras la puerta. Encerrado bajo llave, en un sótano en mi mente.

Y no fue fácil enfrentarlo, no fue fácil entender que él y yo, no éramos lo mismo. De que no me convertiré en alguien como el. Tuve que construír paredes de hielo. Tuve que reprimir deseos hasta cansarme de no tener nada que desear, un muerto en vida. Tuve que negarme hasta bloquear mi consciencia, mis sentidos, las señales. Tuve que buscar mi valor en otros ideales, tuve que vivir aprisionada, fría, sorda, muda y ciega. Tuve que olvidarme de usar la imaginación, para después poder recordar quién soy. Y la melancolía, el remordimiento, la ira, la decepción, todo revolviéndose nuevamente. El miedo al eterno malestar, la seguridad de que siempre saldrá todo mal. Pero pude vencerlo. Derribé esas paredes. Logré aprender a calmar mi angustia, mi insistente equivocación, mis lamentos mentales. Empecé a mirar por debajo, a leer entre líneas, a reconstruír todo a mi favor, a confiar en lo que aprendía...y ahí, justo en ese momento, me di cuenta de que vivía lo que creía.

Quizás me era necesario tener una larga pesadilla, para volver a soñar. Fui al infierno y volví...
Será que el sueño se volvió lúcido o empecé a despertar?. Comienzo a observar, ahora comprendo la totalidad. Mi mente entrenada, mis sentidos afilados, mi atención enfocada, mi miedo aplacado en un rincón, desintegrándose junto a mi dolor.
Y puedo casi oír una voz que me dice a dónde voy, quien soy, que me llama, que me invita a sentir todo lo posible, que me lleva a ver, a escuchar, a percibir, a relacionar, a entender, a crear caminos, a ver imágenes de una vida que no sabía que podía tener, hasta explotar de alivio. Y llore de felicidad.
Volví a sentir.

Ahora sé que no tengo que luchar una batalla entre el corazón y el cerebro, porque aunque uno aparentara ser más fuerte que el otro por un tiempo, aunque yo pensara que la mente era en quien debía confiar y quien debía ganar, terminé aprendiendo que la mente contaminada sólo busca sufrimiento, y el corazón siempre sabe dónde está la felicidad, aún cuando una todavía no pueda entenderlo.